Preparando un viaje a Buenos Aires, he llegado a la antología Buenos Aires/Escala 1:1 (Los barrios por sus escritores).
En el libro varios autores argentinos describen y fabulan sobre sus respectivos barrios de origen. Parece ser que el libro tuvo cierto éxito.
¿Pero quién no va a montarse una antología de puta madre con los barrios de Buenos Aires?
¿Cómo no escribir sobre Caballito, Flores o San Telmo? Para cualquier juntapalabras por mediocre que sea, no ha de ser difícil encontrar la inspiración en los recovecos de una ciudad como Buenos Aires.
Aunque no solo los barrios porteños son coloridos y grossos. El mío ha de serlo a ratos, solo que formar parte de sus personajes me deja lejos de él.
Hoy viajaba dentro del barrio y he cerrado los ojos y he recorrido mentalmente el camino de mi bus de siempre. (Un número de la familia. Una nave roja y maloliente que me ha visto crecer y cambiar de amistades y de aspecto).
Alguien me dijo una vez que podía recorrer cuando quería en su memoria las calles de su barrio, como si fuera una visita guiada en 3D. A mi me empieza a pasar lo mismo, aun sin tener todavía la necesidad de recordar algo que he dejado atrás.
Cuando he abierto los ojos he pensado como siempre que era todo horrible: qué plaza más desangelada. Que avenida mas sucia. Que provinciana me siento en esta pequeña parte del mundo, entrando en este portal, subiendo estas cuestas. Oigo lo que una vez dije en estas cuestas. Y lo que oí meses después, y años después. Recuerdo caras que forman parte de mí, que se columpian desde mis pulgares hasta mi pecho casi desde que nací.
Y luego he tenido una sensación rara. Me he imaginado a mi misma lejos del barrio, en una vida distinta, en un paisaje distinto, y he tenido la certeza de que eso me espera pronto y me he sentido libre y culpable a la vez. Soy una niña del barrio. Éste es el barrio de mi infancia. Y aunque me guste, no puedo dejar que este sea el barrio del resto de mi vida.
Como mi barrio, mis pensamientos son también en technicolor.
Y es que yo no recuerdo, sueño el pasado. Y es más borroso incluso que cuando me sueño el futuro.
Y si pienso en sudores del colegio, en charlas de pipa y banco o en vueltas a casa escupiendo cada letrero de las calles que me han amparado y perseguido, me envuelvo en tonos distintos que cuando me veo presentando al hijo de mis días ausentes como ofrenda y justificante.
Porque el sentimiento de pertenencia te da equilibrio pero también culpa, desgana y desgarro.
Uno piensa que el viento en su barrio sopla diferente que en el resto de la ciudad.
Es más, uno piensa que el viento de todas las ciudades del mundo no sopla como en aquella esquina de su calle.
Es irracional y orgánico, pero no hay principio aeronáutico que te pueda convencer de lo contrario.
Habría que estudiar la fuerza de los entramados. A mi nada me consuela tanto como pisar lo ya pisado mil veces.
Y en realidad estoy escribiendo ésto porque hoy he creído verte de nuevo.
Hace tiempo que no hablamos, pero no creo que hayas cambiado de opinión. Nunca querrías salir de aquí.
No sé si te hubiera gustado ser un icono de ninguna revolución, pero a lo mejor si te hubiera gustado serlo de nuestro barrio.
Salíamos a la calle y nos encontrabamos. Jugabamos a no quedar y a andar hasta encontrarnos en estas calles. Nunca pusimos reglas al juego, pero ganaba quien veía de lejos al otro, quien lo cazaba.
Más que cazarte me gustaba ver desde lejos tus andares. Y no es que estuviera enamorada de ti, y no es que te eche de menos.
Pero a pesar de mi deseo de fuga, alejarme de aquí supone el riesgo de que nadie quiera jugar conmigo más en las calles de ningún otro barrio.
Seis personajes en busca de autor
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