sábado, 4 de octubre de 2008

La decisión del rechazo

He bajado a comprar maíz y agua.
De vuelta a casa, en el ascensor, me he mirado en el espejo.
En una mano llevaba la bolsa blanca del chino con el maíz y la botella.
En la otra los cambios del billete de 10 euros.
Y de repente he tenido que lidiar con la idea de que siempre iba a ser así.
De que nuestra vida depende de una búsqueda frenética para conseguir más billetes de diez y luego más maíz y más agua.
De que siempre voy a estar obligada a conseguir dinero y alimentos básicos. Y algo tan simple y racional como ésto, me ha angustiado.
No he descubierto yo la panacea de la tristeza existencial, desde luego.
No soy la pionera en hallazgos de pequeños desasosiegos vitales.

Sé que lo que escribo de tan simple puede dar risa:
Mírala, como una pánfila delante del espejo, apareciendo con cara de colgada en cualquier piso solicitado por un vecino con menos neuras.
Pero no he vuelto a estar de buen humor en todo el día.
En Essex, donde nació Crass, vive un niño de trece años que fuma como un carretero desde los nueve. No va a la escuela, tiene varios apercibimientos policiales, no trabaja, sólo come comida basura, delinque con sus amigos y fuma.
Sobre todo fuma. Fuma todo el tiempo.
Es un niño gordo y pelirrojo que tiene los dedos y los dientes negros con sólo trece años.
No puede correr o jugar porque se ahoga y se cansa enseguida. Los días que va a clase tiene que ir en un taxi hasta la escuela para no llegar desfondado.

Y se ríe el pequeño cabrón mirando a cámara. Alguien ha decidido hacerle un reportaje y venderlo a la televisión española.
Recibe de tanto en tanto la visita de una asistente social. (Las asistentes sociales inglesas: escalofríos por todo el cuerpo sólo de pensar en ellas).
La asistente social le coloca parches de nicotina. Y le avisa: si fumas con el parche de nicotina te encontrarás fatal.Los siguientes planos que vemos son del niño fumando con el puñetero parche de nicotina. Y se sigue riendo, mucho más a gusto que antes si cabe. Intenta colocarle uno de esos parches de nicotina a su perra, pero la madre lo detiene a tiempo.
Y consigue que el espectador también se ría.

No es uno de esos reportajes del tercer mundo en el que niños raquíticos y barrigones se apartan las moscas de los ojos y los espectadores se llevan las manos a la cabeza y apartan la vista.
Resulta que es la decadencia de un niño fumata, que no es un tema mucho más alegre, pero hace gracia. Decir :"que cabroncete" es lo máximo que te inspira.
Su madre no es borracha, ni drogadicta, ni una prostituta inglesa desdentada.Es una mujer separada, con un trabajo estable, aunque tiene que pasar mucho tiempo fuera de casa. Trabaja en un establo, cuidando caballos, a varios kilómetros de la ciudad. Sólo es realmente feliz en su trabajo.
Mira a cámara con resignación:
Sé que no está bien que mi hijo fume a su edad. Le perjudica en muchos aspectos. Su salud, la economía familiar. Pero yo misma fumo casi tanto como él y además le dejo fumar en casa porque no quiero que esté en la calle.Si hubiera nacido en otra época, en otro lugar,sería un niño muy distinto. Pero está aquí y ahora. Es lo que hay, y podría ser peor.
En su ciudad el nivel de desempleo es el más alto del condado. Las calles están llenas de sombras abatidas que deambulan y fuman y beben.En este lugar la niebla de la campiña inglesa se confunde con el vapor de los parados.Me pareció que su desidia era casi contagiosa. Traspasaba la barrera mágica de mi televisor. Comprendí de un plumazo a los fantasmas que caminan entre las brumas de Essex. Creí de pronto que era una salida muy loable la del niño de los dedos negros.
De repente el niño me miraba. La asistente social había vuelto. Como terapia, le obligaba a ayudar a su madre a cuidar de los caballos.
No podía fumar dentro del establo. El niño de Essex me miraba sólo a mí, desesperado. Y entonces si que me dio pena. No supe que decirle. Solo asentí para que supiera que sabía lo que estaba pensando:
yeah, that´s right. punk is dead
Mi padre me despertó la otra mañana diciendome: Hija, han construido entre Francia y Suiza un acelerador de protones. Como en ese libro, ¿te acuerdas?.
Confieso que al principio sólo le oía entre brumas: El pintor de los portones, hija, el pintor de los portones.
Y no me parecía demasiado grave la cosa. Mi padre, mi tío y mi abuelo son pintores. Tuve un sueño de una décima de segundo en el que los veía a los tres pintando un pórtico nacarado.
En mi primer momento de lucidez,lo del acelerador de protones me dio mucha risa. Era como uno de los aparatejos raros que Harold Pinter nombra en su pieza teatral "Disturbios en la fábrica".
Acelerador de protones, vástago rematado en semiesfera monoovoide, escariador aflautado espiral de mango cónico de alta velocidad, mamola de Jacobo, que más da.
Todo está en la reserva de un loco chiflado de comedieta.
Pero después de despertarme, mi padre me volvió a repetir el titular de la noticia y se me encogió el alma.
¿Cómo es un acelerador de protones?
Yo me lo imagino como un circuito cerrado de ciclismo olímpico en el que millones de cachitos voladores se persiguen en espiral hasta parecer un dragón luminoso y gigante que se muerde la cola y convulsiona ruidoso.
(Siempre tuve envidia de los físicos. Debí ser física. Ellos si que saben manejar las cantidades exactas de abstracción y wi-fi poético universal).
Pero, ¿por qué nadie nos pide permiso a mi padre, a mí, al chino que me vende el maíz y el agua y al niño fumata y a su madre para construir un acelerador de protones tan cerca de nuestra calle?
Sospecho que algo tiene que ver la puesta en marcha del dragón luminoso con mi estado de los últimos días. No le encuentro otra explicación.
Estoy cabreada. Estoy muy cabreada. Todo me pone de mala hostia.Y he pensado: a tomar por saco.
¿Es que nadie va a hacer nada por arreglar este desequilibrio? ¿Es que nadie más ha notado el desequillibrio?
Cada vez están más lejos esos dos minutos de silencio que habremos de guardar en memoria de Crass cuando ganemos la revolución.
Penny Rimbaud tiene que estar hasta los cojones.
En una rato iré a comprar más maíz al chino del maíz. Y le susurraré (quiero convencerle. He de convencerle): You're paying for prisons. You're paying for their murder. Paying for your ticket.
Aunque seguro que se ríe el bobalicón sin conocimiento, como el niño gordo y fumata.

1 comentario:

Javier López Clemente dijo...

Hasta hace un par de años vivía en una casa sin ascensor, igual que las casas dónde pase mi infancia.
Al principio de vivir aqui siempre subía y bajaba por las escaleras, supongo que era por seguir la costumbre.
Desde hace poco subo por el ascensor y me da mucho miedo mirarme en su espejo porque ahí, en ese lugar de nadie, me veo a mi mismo, un tipo muy distinto al que me mira cuando me afeito.

Salu2 Córneos.