Convivo con un fantasma.
No sé quien es, ni de donde ha venido, pero sospecho que procede de algún país tropical, porque en esta casa siempre hace mucho calor, sea verano o invierno, y supongo que la ha elegido por eso, por no cambiar su climatología habitual.
Siempre he notado su presencia, desde mi infancia: cortinas que se movían levemente sin ninguna corriente de aire que las empuje, objetos que cambian de sitio, luces que se encienden y apagan solas...
Lo típico y tópico de las apariciones de toda la vida, caramba. En este piso mundano de clase media no hay nada extraordinario, no iba a pedir yo un fantasma especial.
Dicen que los perros y gatos pueden captar los movimientos de los seres extraterrenales, y aunque yo no soy experta en temas parapsicológicos, debe ser verdad, porque mi perro anda loco a según que horas en la tarde y viene corriendo a mi habitación a esconderse bajo la mesa con las orejas en punta y los ojos fuera de órbita, mirando fijamente un punto en el espacio en el que yo no observo nada, pero él obviamente sí.
No es fácil decir que vives con un fantasma. ¿Cómo se introduce algo así en una conversación medianamente normal?
Es muy ligero el velo que separa a la vida y a la muerte, al mundo sin vueltas que conocemos y a aquello que no queremos nombrar.
Tan ligero es que lo rehuímos espantados, le ponemos tabús a las palabras que forman su campo semántico, como lo hacemos con otras cosas que también constituyen la parte más esencial de nuestra vida.
El sexo y la muerte nos envuelven en nuestra vida cotidiana.
Son dos fuerzas que nos persiguen, que condicionan todas nuestras acciones, que determinan nuestro camino.
Tan estúpidos somos, tanto miedo tenemos, tanto pensamiento medieval queda todavía dentro de esta civilización moderna que huímos de lo que somos, bajamos el tono de voz cuando nos referimos a aquello de lo que estamos hechos, a aquello de lo que venimos y a donde vamos.
Aunque yo reconozco que, en el fondo, la culpa de que no me haya creído nadie cuando he querido confíar mi secreto ha sido mía, porque quizá no lo he contado con la transcendencia que semejante hecho merece.
Pero es que para mi cruzarme con el fantasma por el pasillo de mi casa se ha convertido en algo normal.
A veces me han dado tentaciones de invitar a mi casa a según que gente incrédula para que pasen conmigo y con mi fantasma algunas horas en las que él está especialmente inquieto.A no ser que no le gusten los invitados inesperados, cosa que ya os digo, desconozco por completo de momento, no es violento, ni malvado, ni siquiera ruidoso(excepto aquel día que se empeñó en oír a la Callas una y otra vez en la minicadena del salón y en la salita comentamos su buen gusto musical gratamente sorpendidos).
Que becqueriana soy a veces muy a mi pesar, pues últimamente me ha dado por imaginar que el fantasma es un hombre y está enamorado de mi.
Y cuando por las noches estoy a punto de dormirme y me sopla en la cara ( y a veces en los pezones, o eso he creído notar alguna vez…) aprieto los párpados muy fuerte para no caer en la tentación de abrir los ojos.
Me muero por verlo pero no quiero verlo. No me gustaría una noche, ceder a la tentación de desencajar los párpados y encontrarme con la imagen de mi difunta bisabuela, “la Pascuala” que viene a arroparme para que no coja frío.
No esque yo no quisiera a la Pascuala, pero no quiero perder la ilusión de creer que un apuesto espectro se niega a abandonar mi humilde morada porque está prendado de mí.
Y eso que notarlo cerca de mi es una sensación extraña, de la que no me puedo desprender en un buen rato.
Algo así como cuando tienes un presentimiento tan fuerte que nadie te convence de que quizá no pase aquello de lo que tu estas tan seguro que pondrías las dos manos en el fuego, porque lo sabes, porque te invade una fuerza extraña por un segundo y te eleva a otra dimensión, como si de repente te percataras de que existe alguna divinidad que nos rige, y que hace que pienses que hay algo mas allá de este mundo matemático y exacto, de este mundo-plano.
Y no me refiero a la pantomima esa del tunel luminoso, la gloria eterna y demás gaitas, no esa farsa, sino que caes en la cuenta en una décima de segundo de que hay un doble sentido, un código en el aire, cubierto y escondido por el polvo del paso de los años.
Cuando lo noto tras de mí, sé con certeza que si me vuelvo despacio lo encontraré mirándome con una expresión serena en el rostro, puede que hasta con una media sonrisa un tanto timida, como disculpándose por estar ocupando un lugar entre los vivos.
Pero bueno, ya os habréis dado cuenta a estas alturas de que no me preocupa en absoluto este fantasma del trópico.
Hay cosas de esta casa que me preocupan más.
Porque en esta casa ardiendo las paredes no son paredes, sino trozos de algún infierno que no es el mismo que acoge siempre que quiero, sino otro que me aterra.
Y que yo tenga un ser que no forma parte del mundo de los vivos paseando tranquilo por el pasillo de mi casa no me libra de sufrir los síntomas de la cruda realidad, de todo lo que es palpable y golpea.
Seis personajes en busca de autor
Hace 3 días
1 comentario:
Hola.
Ese fantasma es un caballero pero no descartes que una de estas noches vaya hata tu alcoba para hacerte cosquillas en los pies.
Salu2 córneos.
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